La letra hache
NO es una exageración afirmar que la hache es, de las letras de nuestro abecedario, la más vilipendiada, la más atacada y la que más antipatías suscita. Los niños (y algunos no tan niños) dicen que les plantea más problemas ortográficos que la ge y la jota o que la be y la uve, que ya es mucho decir.
En la lengua general, es decir, en el español estándar actual, no representa ningún sonido (por eso se dice que es una letra muda) y en realidad es un signo superfluo que no significa nada. De ahí que no tenga por qué resultarnos extraño que a lo largo de la historia de la lengua siempre haya habido quien intentara eliminarla. La guerra contra la ‘h’ viene de antiguo. Sirva como ejemplo el maestro Correas (Gonzalo Correas), quien en su ‘Ortografía kastellana’, publicada en 1630, dice a propósito de esta letra que «no se á de poner adonde no suena i estaría oziosa, como en é, as, an, onbre, ermano, istoria, gueso, guevo y otros tales».
Más reciente es el discurso –de apenas dos páginas de texto y recogido íntegramente en la mayoría de los diarios de habla hispana– que Gabriel García Márquez pronunció en el ‘I Congreso Internacional de la Lengua española’ celebrado en Zacatecas (México) en 1997, que llevaba por título ‘Botella al mar para el dios de las palabras’ y en el que proponía la destrucción sistemática de todas las normas de ortografía. Lo más sustancial –y polémico – del discurso reza así: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?». Y parece que la letra hache le venía causando obsesión a García Márquez desde hacía tiempo, a juzgar por un artículo que publicó el 9 de septiembre de 1952 (cuarenta y cinco años antes) en el diario ‘El Heraldo’ de Barranquilla (Colombia) con el título ‘Hay que tener mala ortografía’, donde se lee: «Confieso una especial predilección por la hache. Parece que es la letra más combativa, denigrada e injustificada del alfabeto castellano (...) Suprimirla sería una medida absurda, un disparate legal. Lo único que yo admitiría en relación con ella es que se permita a cada quien colocarla donde le venga en gana».
Por contra, en muchos nombres propios se pone la hache un poco (aunque esto es discutible) como signo de distinción. Son muy pocas las mujeres con nombre Esther, Ágatha, Judith, Samantha, Edith o Ruth que renuncian a la hache cuando escriben su nombre.
Anécdotas y apreciaciones aparte, no está de más poner de relieve el valor de la hache como indicio de nivel cultural, tanto por defecto como por exceso. Si leemos ‘Juan se a caído; la empresa cuenta con nueve elicópteros; me han hechado de casa o La vegetación era exhuberante’, deducimos que quien lo ha escrito es o un niño o alguien que no domina las reglas de ortografía, aunque algunos lo contemplen como un gazapo o lo atribuyan a los inexistentes duendes de la imprenta en el caso de un texto impreso. En los ejemplos anteriores, todas las formas del verbo haber, funcione o no como auxiliar, se escriben con hache (ha caído); helicóptero también lleva hache; echado es del verbo echar y ninguna de las formas de este verbo lleva hache; y, finalmente, exuberante se escribe sin hache intercalada, aunque sí la llevan exhumar, exhalar, exhibir, exhausto o exhortar.
Alguno de ustedes estará preguntándose cómo se regula (o se reduce a reglas) el uso de la hache. Siento tener que decirles que, a pesar de que son muchas las palabras que llevan hache intercalada o como letra inicial, no hay reglas prácticas que ayuden al aprendizaje ortográfico. Ante esta ausencia de reglas, parece que el método que mejor funciona es el de la agrupación en familias léxicas siempre que sea posible. Por ejemplo, hijo (que se escribe con hache) puede ponerse en relación con ahijado o ahijar; humo con ahumar; hueco con ahuecar; horca con ahorcar; hilo con deshilar o con sobrehilar; huésped con hospedaje o con hospedería; hoja con deshojar (y ojo con desojar), etcétera.
Como curiosidad, les diré que en aproximadamente una treintena de palabras la RAE admite dos formas, una con hache y otra sin ella. Esto, que en principio pudiera provocar desconcierto, no deja de ser una pose, ya que manifiesta su preferencia en cada caso. En los ejemplos siguientes, entresacados de la última edición del Diccionario académico (2001; versión electrónica, 2003), prefiere la forma que aparece en primer lugar: acera / hacera; ¡ah! / ¡ha! (interjección para denotar pena, admiración, sorpresa...); albahaca / albaca; alhelí / alelí; armonía / harmonía; arpa / harpa; ¡arre! / ¡harre! (voz para estimular a las bestias); arriero / harriero; barahúnda / baraúnda (ruido y confusión grandes); comprender / comprehender; comprensivo / comprehensivo; comprensión / comprehensión; ¡eh! / ¡he! (interjección para llamar a alguien); ¡hala! / ¡alá! (interjección para infundir aliento o meter prisa y para mostrar sorpresa); hexágono / exágono; hiedra / yedra; hierba / yerba; hierbajo / yerbajo; hierbabuena / yerbabuena; hogaño / ogaño (en este año o en esta época, como contraposición a antaño); hológrafo / ológrafo (escrito de mano del autor, autógrafo); rehala / reala (rebaño de ganado lanar formado por reses de distintos dueños); rendija / rehendija; reprender / reprehender; reprensión / reprehensión; sabiondo / sabihondo (que presume de sabio sin serlo); ¡uf ! / ¡huf ! (interjección para denotar cansancio, fastidio o repugnancia) y urraca / hurraca.
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